En un momento de su obra “Erotismo de autoayuda”, la socióloga Eva Illouz plantea una inquietante reflexión; “la igualdad no es muy sexy porque requiere consentimiento, negociación, lo que quiere decir que requiere procedimientos. Los hombres que han aprendido las lecciones del feminismo han perdido franqueza y vigor en el sexo […]”. La pregunta que deriva de ese planteamiento es todavía más inquietante; “[…] ¿por qué la masculinidad tradicional sigue provocando placer en las fantasías? En otras palabras, ¿por qué algunas fantasías de las mujeres siguen atrapadas por el patriarcado?”
A partir de ahí, la autora apunta la tesis de que esa reacción contra la igualdad femenina que puedan manifestar las mujeres en sus fantasías no hace tanto referencia al anhelo de un marco social patriarcal (“feudal”, lo llama Illouz) en la que la mujer es sometida al dominio completo del varón sino al hecho de que tiene que afrontar la situación de un hombre que sigue dominando, pero ya sin el amparo de dicho marco, con lo que de verdad “añora” es un modo de relacionarse con “lo otro” que no genere las inquietudes, angustias y preocupaciones que conlleva toda negociación y todo consenso. El éxito de “Cincuenta sombras de Grey” y por extensión de la erótica BDSM estaría, según Illouz, en que el hombre seguiría manteniendo ese papel de protección, esa obligación de fuerza y salvaguarda, pero en un marco de igualdad moral (propio de una sociedad democrática) y sostenido por el talante hegemónico del “imperativo de gozo” (especialmente de gozo femenino)
Un tema que, sin duda, se las trae.
En una sociedad democrática que, por definición y para ser democrática, necesita de los viejos conceptos de “isonomía”, “isegoría” e “isocracia” (de igualdad ante la ley, de igualdad de palabra y de igualdad de poder… grandes luchas, por cierto, del feminismo que siempre hicieron de él la más democrática de las reivindicaciones… al menos mientras que los sectores más fanatizados de esta noble lucha no coarten ninguno de los tres principios… o los tres ), pues, como decimos, en una sociedad democrática, resulta que sus integrantes, para ponerse cachondos, necesitan recurrir a la ficcionalización de lo contrario; de relaciones de poder asimétricas, de leyes para la desigualdad y de desequilibrio en la toma de palabra… todo ello, naturalmente y como decíamos, en un marco ficcionado, “fantástico” y solo representativo como los escenarios que promueve la erótica del BDSM. Establecer un acuerdo para incumplir (imaginariamente) el acuerdo. Eso nos pone. Fascinante.
Cuando desde hace muchos años empecé a interesarme, en cuanto mujer y sexóloga, por las fantasías de las mujeres, enseguida captó mi atención la normalidad y frecuencia con las que las sórdidas relaciones de desequilibrio y desigualdad campaban a sus anchas por dichas fantasías. El interdicto que emana de una sociedad ideal en la que todas son relaciones simétricas, consensuadas, amorosas, tiernas y razonables saltaba por los aires para convertirse, en el escenario de esas fantasías, en una distopía relacional que ni al propio Huxley se le habría ocurrido. Y eso, además, nos ponía cachondísimas ¿Por qué pasaba eso?
Publiqué un libro en 2015 (“Confesiones sin vergüenza”) en el que seleccionaba un buen número de esas “aterradoras” fantasías femeninas y que venían precedidas por un breve ensayo que intentaba dar explicación de esta particularidad, señalando en primer lugar, y como cuestión fundamental de partida, que una cosa es una fantasía erótica y otra muy distinta un deseo erótico. Lo primero lo imaginamos, lo fantaseamos, pero nunca queríamos que nos sucediera en el mundo social, en la interrelación con lo otro; para el “pacto social” (para la vida en sociedad y para la regulación de nuestras relaciones amorosas particulares), queremos la “democracia”; para activar nuestra libido queremos, en muchas ocasiones, la más feroz desarticulación de ese “pacto social”.
Mucho antes de esa investigación sobre las fantasías femeninas, me interesé en profundidad por la erótica BDSM. Investigué, experimenté y disfruté esa erótica cuando todavía era poco conocida aquí, popularmente estigmatizada (cosa de locos o perversos para muchos) y se alimentaba de su propia marginalidad. Publiqué algunas impresiones sobre ellas en 2006 en un trabajo que llevaba por título “El otro lado del sexo” y que puedo decir con orgullo que fue, por su amplia distribución, una de las primeras obras de divulgación sobre el BDSM que caló en la población civil (o “vainilla”, si se prefiere) Después de ésta, vinieron más reflexiones sobre dicha erótica; menciones en otros libros, conferencias, artículos de prensa… Hasta que ambas reflexiones, las fantasías femeninas y el BDSM, en sus múltiples y variadas manifestaciones y utilizados de manera más o menos comprometida por los practicantes, se dieron la mano en una modesta conclusión: la erótica BDSM era el escenario perfecto para esas fantasías. Para saltarse el interdicto sin anular la prohibición, para poder ponerse como una perra en celo sin dejar de ser un perrito de peluche. El BDSM restablecía, pactando, un perdido “apaño” en el que las cosas, de puro bárbaras, eran mucho más sencillas para lo uno y lo otro; el de que uno manda y otro se somete. Pero lo hacía salvaguardando el gran “pacto social” (la verdadera aspiración de relacionarnos entre humanos bajo parámetros de concordia) porque lo hacía en la esfera de la fantasía y lo traía aquí en el plano de la representación, con lo que lo social quedaba resguardado (incluso bajo el mismo lema de esta erótica; “sano, seguro y consensuado”) mientras en el “teatro” lo libidinal “perreaba” por los campos de la fantasía que trasgrede lo social.
El actual éxito del BDSM es el éxito de la confusión de nuestras relaciones eróticas interpersonales, o mejor dicho; la confusión, la complejidad y la exigencia de nuestras relaciones interpersonales son el éxito actual del BDSM.
Y volviendo al principio; al deseo le pone lo otro. Esa es una conclusión de peso. Podemos poner en cuestión las categorías hombre/mujer, podemos trastocar sus caracterizaciones a través de modificar y evolucionar y hasta intercambiar sus propiedades (ternura, agresividad, sensibilidad…) pero no podremos nunca desalojar el dualismo de lo “masculino” y lo “femenino” como contrarios que se pertenecen y que son condición y límite el uno de lo otro (eso que en sexología llamamos “continuo de los sexos”). Podremos dejar de llamarlos “masculino” y “femenino” y llamarlos como queramos (“ying” y “yang”, “aquí” y “allí” o “Pin y Pon”), pero nunca podremos poner en cuestión, ni en una orientación de interacción erótica heterosexual u homosexual, la alteridad, la necesidad de “lo otro”… porque a nuestro deseo le pone lo otro.
Valérie Tasso