¿Por qué será que, cuando pensamos en sumisión, sólo vemos la física, esa en la que la persona se somete a todo lo que otra persona quiere? ¿Es esa la verdadera sumisión? En BDSM se sabe que no, hay otra más, una más importante que llega con el tiempo, con paciencia y con la confianza que crean dos personas que se apoyan la una en la otra. Hablamos de la sumisión mental.
La sumisión mental no podemos calificarla como sumisión. Es un todo, una fusión, un sentimiento hacia esa persona, el Amo, según la cual la entrega se produce, no sólo físicamente, sino también mentalmente, dejando que el Amo tenga pleno control de la satisfacción y disfrute de su sumisa, que la lleva a ese hiperespacio del que hablan y que sólo se consigue con la entrega máxima.
Un ejemplo de esta sumisión podría verse cuando se tienen hijos. Los niños son la vida de una mujer, siempre están atentos a ellos, saben incluso lo que sienten porque los conocen y pueden anticiparse a ellos. Pues en este caso la relación con un Amo puede ser igual. Para él la sumisa es la persona más importante a su cargo y saber que esa persona confía lo suficiente, que se da al 100%, es la sumisión que se espera de una gran sumisa.
Pero, para conseguir la sumisión mental, hay que pasar por varias fases. No se puede pretender dejarse hacer cualquier cosa y no tener voz ni voto con una persona a la que apenas conoces. ¿Y cómo se consigue entonces? Con el tiempo, con la confianza y la entrega de distintas experiencias de BDSM donde ambas personas van conociendo a la otra persona y sabe si puede dejarle todo el control a la otra persona.
De hecho, esta sumisión mental es la más ansiada por los Amos porque saben que es la más íntima y excitante. Pero conseguirla sólo está al alcance de unos pocos que se toman la molestia de ir construyéndola poco a poco, no sólo con prácticas físicas de BDSM sino también con muestras de cariño hacia esa persona con la que comparten la relación.